El colapso de la corriente del Atlántico, ¿afectará al tráfico marítimo global?
Las corrientes oceánicas determinan el clima del planeta y mantienen la salud de los mares y sus ecosistemas. Pero su equilibrio es delicado. El deshielo de los polos provocado por el cambio climático está afectando, por ejemplo, al sistema de circulación de vuelco meridional del Atlántico (AMOC). De hecho, varios estudios científicos hablan ya de su futuro colapso, lo que provocaría cambios en el clima. Y, por tanto, también en el tráfico marítimo.
Las corrientes que dan forma a nuestro clima
Las corrientes marinas mueven grandes masas de agua a través de los mares y los océanos. Funcionan como enormes cintas transportadoras que, al desplazar el agua, transportan energía, materia y organismos y determinan el clima de todo el planeta. En el Atlántico, se da un sistema (exclusivo de este océano) que conocemos como la circulación de vuelco meridional del Atlántico (AMOC).
La AMOC está formada por corrientes como la del Golfo, que mueve las aguas cálidas de las zonas tropicales del golfo de México hacia el norte y las frías desde las zonas septentrionales hacia los trópicos. Esta corriente es la que determina, entre otras muchas cosas, que el clima de Europa sea considerablemente cálido para la latitud en la que se encuentra.
“Si pudiésemos simplificar al máximo el complejísimo sistema de corrientes superficiales a medias aguas y aguas profundas del Atlántico, tendríamos el siguiente esquema: una corriente superior hacia el norte (la rama cálida de la AMOC, cuya principal contribución es la corriente del Golfo) y otra corriente en profundidad hacia el sur (la rama fría de la AMOC, que va desde los 1.500 de profundidad hasta el fondo)”, explica Gabriel Rosón Porto, Catedrático de Oceanografía Física de la Facultad de Ciencias del Mar de la Universidad de Vigo.
¿Y a qué hace referencia el término “vuelco” que le da nombre a este sistema? Tal y como explica Rosón, el vuelco se produce cuando la corriente cálida llega al Atlántico Norte (a los mares de Noruega, Groenlandia y Labrador). Allí se enfría de forma brusca, por lo que el agua se densifica, se hunde y vuelve en dirección contraria y a mucha más profundidad. A esta rama fría se le conoce como NADW (por las siglas en inglés de North Atlantic Deep Water).
La "cinta transportadora" mundial de las corrientes oceánicas: el rojo muestra las corrientes superficiales y el azul las profundas. Las aguas profundas se forman donde la superficie del mar es más densa. El color de fondo muestra la densidad de la superficie del mar. (NASA/GoddardSpace Flight Center Scientific Visualization Studio/PierNext).
El sistema de corrientes del Atlántico está dando muestras de ralentización
“La principal consecuencia que tiene este esquema para el clima de Europa es que, en el proceso de hundimiento, el océano libera una cantidad gigantesca de calor hacia la atmósfera: mil billones [millones de millones] de vatios que mantienen los inviernos en el norte de Europa con temperaturas relativamente suaves, entre 5 y 10 º C más calientes que si la AMOC no existiera”, señala Rosón.
Se estima que este sistema lleva funcionando así varios miles de años. Sin embargo, la AMOC ha cambiado de intensidad en el pasado y puede volver a hacerlo. Al menos tres estudios recientes alertan de que este sistema de corrientes del Atlántico está dando muestras de ralentización. Mediante la utilización de modelos climáticos globales, los informes determinan que en algún momento la AMOC llegará a un punto de inflexión o de no retorno.
Causas y consecuencias del debilitamiento de la AMOC
“El talón de Aquiles de la AMOC es que, en el contexto actual de cambio climático, los hielos continentales de Groenlandia se están derritiendo”, señala el catedrático de la Universidad de Vigo. “Esta adición constante de agua dulce al Océano Atlántico Norte (justo en la zona de hundimiento del NADW) crea una capa superficial poco salina y estable que está contrarrestando y dificultando la densificación, y por tanto el hundimiento y la formación de la rama fría, por lo que la AMOC está reduciendo su caudal”.
En otras palabras, dado que el agua dulce del deshielo es menos densa que la salada, se acumula en la superficie y no se hunde, lo que ralentiza el sistema de circulación. Si el debilitamiento continúa, se llegará inevitablemente a un punto de inflexión o de no retorno y al colapso del sistema de corrientes.
Un estudio de la Universidad de Copenhague publicado en julio de 2023 indica que la AMOC podría llegar a pararse entre 2025 y 2095, aunque la fecha más probable es 2057. Utilizando modelos matemáticos y datos de la temperatura de los océanos de los últimos 150 años, los investigadores determinaron que existe un 95 % de probabilidades de que esto suceda.
Otro estudio más reciente, publicado en febrero de 2024 y elaborado por investigadores de la Universidad de Utrecht, indica que la circulación de la AMOC se ha ralentizado de forma observable durante las dos últimas décadas hasta llegar al que probablemente es el estado más débil en casi un milenio. Los investigadores calculan, basándose en modelos climáticos que simulan condiciones futuras en las que aumenta la cantidad de agua dulce, que puede detenerse por completo en un siglo.
Las consecuencias para el clima, señalan los investigadores de la Universidad de Utrecth, “serían graves y en cascada en todo el mundo”. La debilitación de las corrientes haría que no se liberase calor desde el océano hasta la atmósfera, por lo que se reducirían considerablemente las temperaturas medias en Norteamérica y algunas partes de Asia y Europa.
La densidad del agua de mar en la superficie influye en su capacidad de hundirse en las profundidades oceánicas: esta ilustración muestra cómo la densidad afecta a la capacidad del agua para hundirse en el Atlántico Norte. La combinación de agua fría y salada hace que sea lo suficientemente densa como para hundirse. Los cambios en esta densidad significan que menos agua será lo suficientemente densa para hundirse. (NASA)
Consecuencias peor de lo que imaginamos
“Los inviernos en Europa serían mucho más severos, entre 5 y 10 º C más fríos”, señala Rosón. Los resultados de los investigadores de la universidad de Utrecth, de hecho, llegan señalar que algunas zonas de Noruega experimentarían descensos de temperatura de más de 20 ºC. Por otro lado, las regiones del hemisferio sur se calentarían, pero solo unos pocos grados.
“Visto globalmente, se entiende como una retroalimentación negativa del sistema climático terrestre: al crearse una anomalía térmica positiva (el cambio climático) el sistema responderá creando una anomalía térmica negativa (el enfriamiento creado por el colapso de la AMOC)”. Los cambios también afectarían a las precipitaciones y provocarían efectos en ecosistemas clave para el clima, como por ejemplo los de la selva amazónica.
Javier Romo, responsable de medio marino en el Port de Barcelona, corrobora esta visión y va incluso más lejos: “La interrupción de las corrientes generadas en el noroeste del atlántico tendrá consecuencias peores de lo que imaginamos: afectará a la circulación mundial de las corrientes, reduciendo el efecto amortiguador en las temperaturas que producen los mares y océanos, y el oxígeno disuelto del fondo de los mares disminuirá, con las posibles consecuencias como la anoxia en aguas profundas, la alteración del ecosistema marino y la reducción de la productividad biológica”.
Cambios que llegan a los puertos
“En nuestro mundo del siglo XXI, gracias a la alta tecnología que se pone en juego para la construcción de buques, las corrientes oceánicas afectan relativamente poco a la navegación. No obstante, existe un consenso en la comunidad científica de que una ralentización y eventual bloqueo de la AMOC nos traerá un Atlántico Norte y un Ártico más fríos, con mayor extensión de hielo y más presencia de icebergs en latitudes más al sur, lo que supondría una amenaza para la navegación”, explica Rosón.
Esto alteraría las rutas marítimas convencionales en el Atlántico norte, al obligar a los barcos a ajustar sus trayectos para evitar los hielos. “Es probable que haya puertos bloqueados por hielos o icebergs y que los barcos experimenten mayores tiempos de viaje. Esto podría aumentar los costos operativos y logísticos para las compañías navieras, así como para los cargadores que dependen del transporte marítimo internacional”, explica Rosón.
“Además, con el aumento de los riesgos asociados a la navegación en aguas potencialmente más peligrosas o impredecibles, es probable que las primas de seguro para los buques y cargamentos se incrementen. Las aseguradoras podrían considerar que las rutas afectadas por la ralentización de la AMOC tienen más riesgo, lo que se traduciría en mayores costos para los operadores de buques y comerciantes”, añade.
Todo esto obligaría a las empresas a reevaluar sus estrategias de logística y almacenamiento y podría provocar cambios económicos significativos en las regiones que dependen en gran medida del transporte marítimo internacional.
“Por ejemplo, si las rutas se ven afectadas, los puertos que tradicionalmente han sido puntos de entrada y salida clave para el comercio podrían ver una disminución en la actividad. Se podrían plantear desafíos adicionales para los reguladores marítimos y las autoridades portuarias, que tendrían que adaptarse a condiciones cambiantes en los océanos. Esto implicaría la necesidad de nuevas regulaciones o protocolos de seguridad para garantizar la navegación segura de los buques en condiciones climáticas más adversas”, explica Rosón.
Alcance incierto a infraestructuras y tráfico marítimo
La información que tenemos sobre los cambios en la AMOC se basa en cálculos matemáticos y a día de hoy existe bastante incertidumbre sobre cómo sus consecuencias pueden afectar a las infraestructuras portuarias.
A día de hoy, esto no se encuentra entre los problemas potenciales más destacados. “El hipotético colapso de la AMOC produciría profundos cambios en el clima en Europa, que no podemos predecir con exactitud dadas las complejas interacciones del sistema climático. Se cree que existirían enormes cambios en las temperaturas y en las precipitaciones que afectarían profundamente a la agricultura, haciéndola probablemente imposible en el norte de Europa, y a la generación de energía. Lo de menos sería el problema de las infraestructuras”, explica Enrique Álvarez Fanjul, coordinador técnico de Ocean Prediction, centro de colaboración de la Década de los Océanos de la UNESCO.
“En el peor escenario, el de un colapso, no creo que este problema sea algo de lo que preocuparse. El problema sería que múltiples sectores socioeconómicos y su comercio asociado se verían afectados en formas que son difíciles de prever. Dadas las posibles consecuencias de estos fenómenos, es necesario incrementar nuestro conocimiento del sistema climático, que ya describe adecuadamente algunos fenómenos como la actual subida del nivel del mar”, añade Álvarez.
La única solución para evitar el colapso de la AMOC, señala el catedrático de la Universidad de Vigo, Gabriel Rosón, es evitar el deshielo del Ártico. Y el único modo de hacerlo es reducir lo máximo posible las emisiones de gases de efecto invernadero que causan el cambio climático.
“Acabamos de sobrepasar el famoso umbral de temperatura del 1,5º C superior al nivel preindustrial y esto no hace más que echar gasolina al fuego”, señala. “La probabilidad de colapso de la AMOC aumenta en función del tiempo que tardemos en reducir finalmente las emisiones. Es difícil de cumplir en el contexto energético actual, pero hay que hacer lo posible (e imposible) para eliminar la dependencia energética del CO2”.