Mitigar la contaminación acústica de los océanos, una cuestión de supervivencia
¿Por qué la contaminación acústica es un problema para la vida marina? La actividad humana ha convertido los océanos en una cacofonía que impacta sobre los ecosistemas. Por eso ya hay estudios e iniciativas que buscan mitigar ese impacto. Como por ejemplo el Laboratorio de Aplicaciones Bioacústicas (LAB) de la Universidad Politécnica de Catalunya. Situado en el puerto de Vilanova i la Geltrú, es pionero internacional en su investigación. Michel André, su director, habla con PierNext sobre sus últimos descubrimientos y cómo la industria puede contribuir a equilibrar la balanza a favor de la biodiversidad de océanos y mares.
Aunque asociamos el medio marino con el silencio, la realidad es muy distinta para los millones de seres que lo habitan. Existe un coro natural del mar, paisajes sonoros diferentes, ricos y diversos. Y la “antropofanía”, las actividades cotidianas como el transporte, dragados y perforaciones o estudios oceanográficos, provocan sonidos y vibraciones que causan variaciones en su comportamiento. Incluso pueden provocar la extinción de especies.
El conocimiento sobre la capacidad auditiva de las especies marinas y los efectos que provoca la contaminación acústica en su bienestar es un campo científico relativamente nuevo. Por este motivo, desde Europa, varios programas como BLUE Harvesting o AGESCIC buscan impulsar un mayor conocimiento y soluciones que mitiguen sus efectos.
En este contexto, en 2004 el Laboratorio de Aplicaciones Bioacústicas (LAB) se convirtió en el primer laboratorio de aplicaciones bioacústicas de Europa. Durante estos años ha desarrollado proyectos punteros como EAR to the WILD, una innovadora aplicación que monitorea la biodiversidad de los océanos accesible desde cualquier plataforma móvil y que permitirá escuchar la vida marina desde un teléfono inteligente, o LIDO, que tiene como objetivos la exploración sonora en tiempo real y automatizada de la biodiversidad marina, en particular, mediante la detección acústica y el monitoreo de especies de interés, y, por otro lado, la caracterización de las diferentes fuentes nocivas de ruido para reducir su impacto.
Michel André, director del LAB de la Universidad Politécnica de Catalunya, explica a PierNext sus últimos descubrimientos y apunta cómo podemos mitigar, también desde el sector marítimo, el impacto sonoro en los ecosistemas marinos.
Pregunta: ¿Cuál es el nivel actual de contaminación acústica en el medio marino?
Respuesta: La dificultad de establecer umbrales, que es lo que nos exigen las autoridades que regulan las actividades en el mar, es consensuar un límite que permita sancionar a aquellos que lo infringen. Este es uno de los objetivos del proyecto europeo Jonas, subvencionado por el programa INTERREG Atlantic Area. El problema es que establecer un umbral en el mar es muy complicado porque las referencias, si las comparamos con la tierra, son otras. Los sonómetros instalados en bares y plazas públicas, por ejemplo, registran qué nivel de ruido causa molestias a humanos y animales terrestres como gatos, perros, arañas o pájaros. Sin embargo, en el mar es diferente porque los humanos no lo habitamos.
Existen muchas especies como los cetáceos, invertebrados y plantas que sufren este impacto de diferentes formas. Por tanto, definir un único umbral que abarque todo el ámbito marino es muy complicado.
“El LAB publicó en ‘Nature’ un estudio sobre la sensiblidad acústica en las plantas, en especial en la posidonia. Esto demuestra, por primera vez, que las fuentes de sonido artificiales y de alta intensidad impiden que las plantas, sean terrestres o marinas, puedan vivir. Esta contaminación está poniendo en jaque su equilibrio y, por tanto, la supervivencia del planeta”
P: ¿El ruido no solo afecta a los cetáceos, entonces?
R: Hace 40 años, cuando la comunidad científica empezó a darse cuenta de los impactos que la contaminación acústica podía tener en el medio marino, nos enfocamos en los cetáceos. Como estas especies emplean el sonido como herramienta para realizar sus actividades diarias pensábamos que eran los más perjudicados. Invertimos muchos esfuerzos y recursos para entender la sensibilidad de unas 90 especies de cetáceos, que por sí solo ya sería el trabajo de una vida entera.
Sin embargo, hace diez años nos dimos cuenta que especies como los invertebrados marinos, que no son 90 especies sino miles, sufren más que los cetáceos. Todos estos seres microscópicos que carecen de oído como lo entendemos nosotros, captan las vibraciones que provoca la contaminación acústica en el mar.
Cuando el LAB descubrió y publicó un estudio en Nature sobre la sensibilidad acústica de las plantas, en especial la posidonia, nuestra perspectiva cambió. Esto demuestra, por primera vez, que las fuentes de sonido artificiales y de alta intensidad impiden que las plantas, sean terrestres o marinas, puedan vivir. Esta contaminación está poniendo en jaque su equilibrio y, por tanto, la supervivencia del planeta.
P: ¿Cómo podemos entonces lograr el equilibrio entre el bienestar de estas especies marinas y las actividades humanas que se desarrollan en el medio marino?
R: El primer paso es la divulgación. A lo largo de la historia la humanidad ha ignorado la dimensión acústica de los océanos, ya que este fenómeno solo ha salido a la luz gracias a la tecnología de la cual disponemos ahora. Poca gente es consciente de que el mar está lleno de sonido y que un mar en silencio es un mar muerto. La responsabilidad y urgencia de los científicos es poner orden y restablecer este equilibrio. Los operadores y los gobiernos deben tomar medidas para que estas fuentes acústicas se reduzcan. La ventaja del sonido es que cuando la fuente que lo produce se apaga, se eliminan sus efectos. Esto nos da un margen de esperanza si los operadores y gobiernos actúan y los astilleros construyen barcos más silenciosos, aislando la sala de máquinas o cambiando el diseño de las hélices.
P: En este contexto, ¿cómo pueden contribuir los puertos a minimizar la contaminación acústica?
R: Los puertos pueden jugar un papel fundamental porque durante siglos han sido un eje de intercambio. Hay una realidad económica que pasa por el transporte marítimo y los puertos son el ecosistema que puede generar un gran impacto social, medioambiental y económico. Como usuarios, todos somos responsables de las actividades que se desarrollan en los puertos y de las consecuencias que generan.
Como ejemplo de iniciativas que los puertos pueden llevar a cabo destacaría el programa Echo del Puerto de Vancouver, ya que es el primero, a nivel mundial, que busca reducir el nivel acústico de los buques cuando entran en sus instalaciones y minimizar así el impacto que estas perturbaciones sonoras causan en el ecosistema.
“Hay un margen de esperanza si la industria empieza a diseñar barcos y hélices más silenciosas que permitan la cohabitación con la vida de los océanos”
P: Otro de los proyectos en el que participan es el proyecto Saturn, financiado por el programa Horizon 2020 de la Comisión Europea. ¿Qué avances en la reducción del ruido esperan conseguir?
R: Europa intenta responder a la problemática de la contaminación acústica mediante el lanzamiento de varias convocatorias. El proyecto Saturn trata precisamente del problema específico del transporte marítimo, actualmente hay cerca de 100.000 buques mercantes en activo con un arqueo superior a 100 GT (portacontenedores, petroleros, graneleros,...) a los que hay que sumar un número mayor de pequeñas embarcaciones difícil de calcular. Este proyecto trata de entender el impacto que el transporte tiene en cetáceos, peces, invertebrados y plancton y establecer estos umbrales tan difíciles de definir, tal y como hemos comentado antes. También busca apoyar a la industria en el diseño de barcos y hélices más silenciosas que permitan esta cohabitación. No vamos a detener nuestras operaciones marítimas y terrestres pero hay que encontrar un equilibrio que reduzca su impacto sonoro. Aunque lo hayamos olvidado, somos parte de la naturaleza y de lo que se trata ahora es volver a ser parte de ella. Los científicos queremos contribuir abriendo caminos que permitan alcanzar esta meta.
P: Usted creó el primer Sistema Anticolisión para Ballenas (WACS, en inglés), galardonado en 2002 con el premio Rolex Awards for Enterprise, que utiliza un prototipo de boya pasiva acústica. El objetivo era que las compañías de ferries y otro tipo de embarcaciones estandarizaran su uso. ¿Ha sido así?
R: Este proyecto nació en Canarias en la década de 1990. En aquellos años, aunque no disponíamos de tantos datos, ya estábamos en alerta porque algunos cetáceos como los cachalotes sufrían los efectos de esta contaminación acústica. Desarrollamos esta tecnología que no llegó a implementarse en las islas, donde aún persiste la problemática de estas colisiones que está poniendo en peligro el equilibrio ecológico de las islas. En Chile hemos empezado un proyecto similar y muy ambicioso; proteger a las ballenas azules que migran entre la Antártida y el Ártico de estas colisiones.