El tesoro de manglares, marismas y praderas marinas: ¿qué es el carbono azul y por qué es tan importante?
A lo largo de todo el mundo y con la única excepción de la Antártida, las líneas que mares y océanos dibujan en las costas albergan los conocidos como ecosistemas costeros de carbono azul. Se trata de manglares, marismas y praderas marinas, entornos que además de proteger los hábitats del litoral tienen la capacidad de almacenar grandes cantidades de carbono.
A pesar de su gran importancia ecológica, estos tres ecosistemas están también entre los más amenazados de la Tierra. Para evitar que su destrucción libere estas reservas de carbono – el conocido como carbono azul –, se han puesto en marcha diferentes proyectos de protección y restauración. Son iniciativas de gran interés para los puertos de todo el mundo, ya que contribuyen al cuidado de su principal fuente de riqueza: los mares y océanos.
El carbono que secuestran las costas
Parte del dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera es absorbido por ecosistemas como bosques, suelos y, por supuesto, océanos. Estos ayudan a acumular el carbono y evitar que se libere, lo que aceleraría el cambio climático. En las zonas costeras hay tres tipos de ecosistemas que juegan un papel fundamental para atraparlo: se trata de las praderas marinas, las marismas y los manglares. Al carbono que almacenan lo conocemos como carbono azul. Se diferencia así del verde, aquel que secuestran las plantas y los suelos terrestres.
Estos tres ecosistemas cubren un porcentaje muy pequeño de la superficie del mundo, pero resultan fundamentales para combatir el cambio climático ya que tienen la capacidad de acumular carbono durante cientos e incluso miles de años.
“A diferencia de muchos ecosistemas terrestres, en donde la materia se descompone más rápido, en estos se almacena con muchísima eficiencia. Esto los convierte en sumideros de carbono muy importantes”, explica Miguel Ángel Mateo, investigador del Centro de Estudios Avanzados de Blanes (CEAB), perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
De acuerdo con Mateo, la eficiencia de estos ecosistemas para almacenar carbono es más elevada que la de cualquier otro entorno. El problema es que hay muy pocos, por lo que se debería hacer todo lo posible por protegerlos. Sin embargo, durante las últimas décadas la extensión de estos ecosistemas marinos se ha reducido de forma drástica, dando lugar a un problema doble. Por un lado, ha contribuido a la liberación de grandes cantidades de CO2, acumulado durante cientos o miles de años, a la atmósfera. Por el otro, ha acabado con los hábitats capaces de atrapar más en el futuro.
En las zonas costeras hay tres tipos de ecosistemas que juegan un papel fundamental para atrapar el CO2; las praderas marinas, las marismas y los manglares
Amenazas y números rojos
Tal y como señalan desde Blue Carbon Initiative, un programa dirigido por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y la Comisión Oceanográfica Intergubernamental de la UNESCO (IOC-UNESCO), cada año se liberan hasta 1.020 millones de toneladas de CO2 de los ecosistemas costeros degradados. Esto equivale al 19 % de las emisiones de la deforestación tropical a nivel mundial.
Detrás de estas cifras hay amenazas que son, en su mayoría, de origen humano. De acuerdo con los datos de Blue Carbon Initiative, las marismas han perdido más del 50 % de su extensión histórica en todo el mundo. “En España y otras zonas de Europa, este porcentaje sube hasta el 60 %”, añade Mateo. “Se trata de zonas infectas, con mosquitos y malos olores, por lo que durante años se tendió a secarlas y construir encima”.
Las praderas marinas, por otro lado, fueron dañadas durante décadas por la pesca de arrastre, que acaba con todo lo que encuentra a su paso. En la actualidad, entran en juego también la contaminación química del agua y el cambio climático, que conlleva un aumento de las temperaturas.
“En el Mediterráneo, la planta que más carbono capta es la Posidonia oceánica. Estaba prácticamente presente en todo el litoral y ahora no diría que es relicta, pero cerca del 70 % ha desaparecido y la tendencia es perder un 1 % de lo que queda cada año”, añade el investigador del CEAB. A nivel global y de acuerdo con Blue Carbon Initiative, los pastos marinos se están perdiendo a una tasa del 1,5 % anual, y cerca del 30 % de su cobertura global histórica ha desaparecido.
Algo similar ocurre con los manglares, talados muchas veces para abrir espacio en el que construir o criar peces y crustáceos. Se estima que se ha perdido hasta el 67 % de su extensión total y que, si las tendencias continúan al ritmo actual, a lo largo del próximo siglo podrían desaparecer casi todos los manglares desprotegidos del planeta.
La eficiencia de estos ecosistemas para almacenar carbono es más elevada que la de cualquier otro entorno. El problema es que hay muy pocos, por eso hay que protegerlos
Tiempo de soluciones
En los últimos años se han puesto en marcha iniciativas para evitar el deterioro de estos ecosistemas de carbono azul y también para fomentar su repoblación. Algunos ejemplos en el ámbito español son los de Life Blue Natura, un proyecto que contribuye a conocer y mejorar las condiciones de los sumideros de carbono azul en las aguas de Andalucía, o Save Posidonia Project, que busca promocionar el turismo sostenible y recaudar fondos para la conservación de esta planta marina en Baleares.
Las necesidades varían en función de los ecosistemas y el área de acción. “Por lo general, restaurar las marismas es sencillo”, señala Mateo. “Solo es necesario volver a conectar las zonas degradadas o secas con el flujo natural de mareas y del mar y ellas mismas se van recuperando”.
En el caso de las praderas marinas, añade, es más complicado, aunque investigaciones recientes han demostrado que pueden lograrse tasas de supervivencia de hasta el 90 % si se selecciona bien el lugar donde se reforesta. “Es costoso, porque hay que ir colocando planta por planta bajo el agua, buceando. Pero lo que se pierde en términos de riqueza pesquera, atractivo turístico y protección de la línea de costa es todavía más elevado. El coste de plantarlas siempre es inferior al riesgo de perderlas”, indica el investigador.
Lo mismo sucede con los manglares, ecosistemas capaces de proteger las costas de tormentas, tsunamis, la erosión y el aumento del nivel del mar que, además, proporcionan alimentos y medios de vida a millones de personas. De acuerdo con una investigación del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), cada hectárea de bosque de manglar representa un valor estimado de, al menos, 30.000 dólares al año.
Para mantenerlos sanos y en buen estado, numerosas comunidades del mundo (desde Kenia hasta el Caribe, pasando por Pakistán) están participando activamente en tareas de reforestación de manglares.
Oportunidades también para los puertos
Los puertos tienen mucho que aportar para proteger estos ecosistemas y el carbono azul. Por un lado, tienen la opción de reducir sus emisiones y también el uso de contaminantes como biocidas, hidrocarburos o aceites. “Hoy en día hay versiones de pinturas, barnices, antiincrustantes de cascos y muchos otros materiales menos contaminantes que los tradicionales. Por ejemplo, los que se basan en óxidos de cobre”, señala Mateo.
Otra opción muy interesante es participar en proyectos de restauración o patrocinar acciones de compensación de emisiones. En su intento de convertirse en carbono neutral, el Puerto de Seattle ha comenzado el Blue Carbon Pilot Project, un plan para atrapar el carbono a través de la vegetación. En 2018, se plantaron algas y pastos marinos en una zona del puerto, a la vez que se repoblaron las poblaciones de mariscos.
En total, se trabajó en la reforestación de una superficie de diez hectáreas. Aunque el esfuerzo no acaba ahí: es necesario recopilar datos para constatar los beneficios del proyecto.
Otra iniciativa es la de la Autoridad Portuaria del Condado de Manatee en Florida, que cuenta con un programa de reintroducción de 600.000 almejas jóvenes nativas que filtran de forma natural el nitrógeno, el fósforo y la clorofila de las aguas de la bahía mientras se alimentan de fitoplancton, proporcionando un fertilizante innato para las praderas marinas autóctonas y permitiendo la vida a una amplia variedad de especies marinas locales.
Ambas experiencias demuestran que los puertos pueden contribuir significativamente en la preservación del carbono azul.